miércoles, 23 de noviembre de 2011

"El espejo" según M.Foucault

(...)
Están primero las utopías. Las utopías son los emplazamientos sin lugar real. (...) mantienen con el espacio real de la sociedad una relación general de analogía directa o invertida. Es la sociedad misma perfeccionada o es el revés de la sociedad, pero, (...) son espacios que fundamentalmente, escencialmente, son irreales.
Hay también, (...) lugares que están dibujados en la institución misma de la sociedad, y que son especies de contra-emplazamientos, especies de utopías efectivamente realizadas en las cuales (...) todos los otros emplazamientos reales que se pueden encontrar en el interior de la cultura, son a la vez representados, impugnados e invertidos, (...) están fuera de todos los lugares, aunque sin embargo sean efectivamente localizables. Estos lugares, porque son absolutamente distintos de todos los emplazamientos que ellos reflejan y de los que ellos hablan, los llamaré, por oposición a la utopías, las heterotopías; y creo que entre las utopías y esos emplazamientos absolutamente distintos, esas heterotopías, sin duda habría una suerte de experiencia mixta, intermedia, que sería el espejo.

El espejo, después de todo, es una utopía, puesto que es un lugar sin lugar. En el espejo me veo allí donde no estoy, en un espacio irreal que virtualmente se abre detrás de la superficie: yo estoy allí allá donde no estoy, una suerte de sombra que me da a mí mismo mi propia visibilidad, que me permite mirarme allí donde estoy ausente: utopía del espejo. Pero es también una heterotopía en la medida en que el espejo existe realmente y en que tiene, sobre el sitio que yo ocupo, una suerte de efecto de rebote; es a partir del espejo como yo me descubro ausente en el sitio donde estoy, puesto que me veo allí. A partir de esa mirada que de alguna manera se dirige sobre mí, del fondo de ese espejo, vuelvo hacia mí y comienzo otra vez a llevar mis ojos hacia mí mismo y a reconstituirme allí donde estoy; el espejo funciona como una heterotopía en el sentido de que torna ese sitio que yo ocupo, en el momento en que me miro en el espejo, a la vez absolutamente real, en unión con todo el espacio que lo rodea, y absolutamente irreal, puesto que está obligada, para ser percibida, a pesar por ese punto virtual que está allí.

FOUCAULT, Michel. Espacios diferentes en "El cuerpo utópico, las heterotopías". Ed. Nueva Visión, Bs.As., Argentina. Pg. 69 a 71

sábado, 19 de noviembre de 2011

Reflexión en torno a ser docente en el tercer mundo

La educación moderna recurrió, por lo general, al currículo estructurado por asignatura o materia (educación y pedagogía bancarias) y al currículum por módulos (educación y pedagogía constructivista).
Epistemológicamente, ambos currículos eran dependientes de la política de los campos disciplinarios, es decir, del conocimiento producido en las disciplinas de las llamadas ciencias humanas, ciencias sociales y ciencias formales. El motivo es simple: en el fondo, los currículos modernos no tenían sentido por formar personas para no caer en el mal que trae consigo toda formación individual orientada por la razón. Al contrario: el sentido de ambos currículos era educar ciudadanos que cognitivamente estuvieran preparados para asumir y, además, promover los cambios histórico-sociales que, de uno u otro modo, fueron generados por las políticas y la economía de los países del primer mundo.

El tránsito del currículo por objetivos al currículo por competencias no fue ajeno a este interés del mundo moderno de que todas las culturas terminen pensando y actuando como él. De este modo, si en el concepto de "objetivo" encontrábamos la implícita tendencia a transmitir contenidos, en el concepto de "competencia" encontramos que ya no sólo se trata de eso, sino también transmitir, desarrollar o fortalecer actitudes (léase valores morales y éticos) propiamente occidentales, como la solidaridad que es de carácter meramente circunstancial. (Esto significa que es un valor moderno que surge sólo en momento de urgencia o fechas especiales como la Navidad, cuando repentinamente recordamos que también los niños pobres tienen derecho a sonreír o comer).Los currículos modernos concretan la política educativa y pedagógica de que el estilo de vida occidental es el más pertinente y, por lo tanto, cualquier otro modo cultural de existencia puede ser tolerado o reconocido, pero siempre en el tácito marco de que tarde o temprano esas formas de vida serán superadas por no estar a la altura de la llamada cultura universal y su vertiginoso progreso. De este modo, los currículos por asignatura/materia o por módulo terminaban estructurándose con referencia a los contenidos occidentales en lugar de erigirse sobre la base de los problemas y necesidades de un contexto cultural específico.
En otras palabras, los currículos modernos –sus asignaturas, materias y módulos- instituían los procesos pedagógicos maestro-educando en relaciones de reproducción de los contenidos, los valores y la racionalidad occidentales, básicamente. Esto quiere decir que la verdadera consecuencia del desarrollo curricular de más de medio siglo era la colonización de nuestros imaginarios desde el momento en que éramos nosotros quienes operaban el currículum moderno en los diferentes niveles de educación. Siendo esa la figura, es vano realizar diagnósticos de la educación para descubrir que los resultados son escasamente positivos y mayormente negativos, pues desde el punto de vista de la colonización -conquista y ocupación de subjetividades- los efectos fueron “siempre” positivos, ya que no sólo aprendimos a ser “positivamente” modernos, sino también a cometer errores educativos en forma moderna.
Ambas secuelas llegaron hasta el extremo de que la conclusión del desarrollo curricular en la educación superior (normales y universidades) también terminaba de depositar en cada uno de los destinatarios el demonio colonial (léase racionalidad) que los hacía pensar, sentir, decir y actuar con referencia a una cultura que históricamente no era ninguna de las nuestras. El currículo moderno, así, terminó constituyéndonos en enemigos de nosotros mismos. Nosotros éramos las víctimas de la violencia colonial, pero a la vez nuestros mismos victimarios. Esta invisible estrategia no puede recibir otro nombre que el de auto-colonización.

Extraido de: "Educación, pedagogía y currículo para una nueva educación con ética descolonizadora" por QUINTANILLA CORO, Víctor Hugo.